La Copa Libertadores, un torneo concebido como evento 360 para el vóley sudamericano

by Sergio Lopez
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Fueron cinco días del mejor vóley del continente, pero también de mucho más. Del martes al sábado, la Copa Libertadores llevó a cabo su segunda edición en el Polideportivo Roberto Pando de San Lorenzo con una oferta diferente: un evento integral con oferta gastronómica, participación del público, juegos y actividades al aire libre y sorpresas diarias. Y fue un éxito.

Quedaba claro, en la previa, que el factor vóley del torneo estaba asegurado con la presencia de equipos de punta de las dos ligas más fuertes de Sudamérica: Bolívar, Ciudad (el uno y el dos de la LVA en la actualidad) y Obras (que hoy va séptimo, pero es el último subcampeón) por Argentina; SESI, SESC (dos de los cuatro mejores de la Superliga) y Minas (el sexto) por Brasil. Por eso, estas líneas enfocarán el análisis en la otra mitad de la cuestión, la que pasó afuera de los 9×18 del campo de juego.

La Copa se plantó desde el inicio como un evento diferente por un dato para nada menor a la hora de la evaluación: entrada paga. En un vóley argentino de clubes que exhibe el acceso libre y gratuito en la gran mayoría de sus canchas, este punto era todo un desafío. Es cierto que hay algunos que sí cobran, y otros que han adoptado una suerte de «tarifa solidaria», con el acceso a cambio de algún elemento para acciones sociales o de caridad, pero abonar una entrada todavía está lejos de ser algo habitual. Había incluso, justamente en el mismo Pando, un antecedente de años atrás: las finales de Copa ACLAV que ganó Lomas Vóley a fines de 2016 fueron con entrada paga, y el público no respondió.

Por lo tanto, había que convencer. Convencer de pagar algo que no siempre se paga, en un contexto económico delicado, en plenas vacaciones y, encima, en la última semana del mes. La Copa se plantó exactamente en ese lugar: un evento económico (las tarifas fueron accesibles y con variedad de promociones) para que familias enteras del vóley, e incluso clubes en masa, pudieran disfrutar en estas fechas sin actividad escolar.

Los chicos fueron a conocer a sus ídolos y a jugar al vóley en más de una variante. Es que, por un lado, la Federación Metropolitana armó un espacio de minivóley en todas las jornadas, el cual además mutó en cancha de paravóley en la fecha del viernes, para aportar una experiencia distinta. Y, si de algo distinto se trata, también hubo Bossaball: esta combinación de vóley y fútbol que se juega sobre un inflable y que, a diferencia de otras ocasiones en que sólo los expertos se suben y exhiben sus destrezas, esta vez la gente pudo jugar.

Los grandes, mientras, pudieron supervisar desde un patio equipado con cuatro food trucks que conformaron un menú completo de bebidas, variedad de comidas (inclusive con opción vegetariana) y hasta postre y golosinas. Serán detalles, pero alguna vez, un entrenador de Liga Argentina señaló la dificultad de comer a la salida de algún estadio del Gran Buenos Aires. Eso, esta vez, estuvo cubierto.

El plano del Fan Fest se completó con una actividad de percusión en la fecha final y, de principio a fin, dos stands de merchandising sumados a (nos disculparán el momento autorreferencial) uno más en el que Somos Vóley le aportó color al evento, con un espacio para tomar fotos de recuerdo y profes que le aportaron color a todo aquel hincha que así lo deseara. Porque siempre que haya algo bueno para el vóley, allí querremos estar.

De regreso en la lectura global de la Copa, la diversión se extendió a las gradas, con animación y actividades entre sets y entre partidos. Un grupo selecto de espectadores, en cada encuentro, pudo bajar a realizar el sorteo con los capitanes y se llevó un momento único con las figuras del deporte. Y también hubo sorpresas, con la visita de las Panteritas en las primeras fechas y luego, el jueves, un momento emotivo de homenaje hacia las Panteras que son olímpicas por segunda vez en la historia. Allí estuvieron Tatiana Rizzo y Mariángeles Cossar en nombre de la Selección, quienes recibieron el cariño de la gente y compartieron un rato de peloteo en las canchas de afuera.

¿Qué es lo que queda, entonces? En lo inmediato, un evento que la rompió durante cinco jornadas: no hubo un partido que no tuviera gente en la tribuna lateral y la ocupación fue en aumento hasta un Pando colmado para la final. A mediano y largo plazo, una declaración: un evento de estas características, con promoción y con creatividad para acompañar lo deportivo, tiene todo para funcionar. En estas épocas en las que el vóley de Liga se sacude al ritmo de la inestabilidad económica, la Copa vino a traer un plan con chances de éxito.

Fotos @felomondino

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