Sin dudas que todo aquel que haya tenido la oportunidad de presenciar o participar de los Juegos Olímpicos de Río 2016 tendrá una historia para contar, una pila de experiencias y anécdotas que la memoria selectiva tendrá bien presentes al momento de buscar una sonrisa. Nuestra bandera no es la excepción, porque fue la materialización de una locura que nació en un bar y terminó acompañando el sueño de todos los que amamos el vóley, y también el de aquellos que en la fiebre olímpica se ilusionaron con nuestros equipos.
Si hay algo que caracteriza estos 15 años de Somos Vóley es esa linda obsesión por poner en la red toda la pasión que se vive en este deporte. Sin importar el nivel, la categoría ni la región geográfica. De ese espíritu se impregnó una bandera que surgió con la intención de acompañar e ilustrar una experiencia única: la de tener por primera vez en la historia tres equipos argentinos compitiendo en la máxima cita del deporte.
Casualmente (o no), la bandera dejó de ser una idea y se volvió realidad justo en una mañana muy especial para nuestra Selección masculina. Fue aquel martes 9 de agosto en que todos hablaron de vóley después del impresionante triunfo sobre Rusia por 3-1, el primero en la historia de los Juegos Olímpicos. Pocos días después y aún con la euforia latente, la bandera se subió a un avión y comenzó a hacer realidad un diario de viaje ansiado.
Apenas unas horas más tarde, en el Aeropuesto Galeao, ella tendría su primer contacto con el clima olímpico; fue sólo la antesala del esperado debut en cancha. El viernes 12 comenzó bien temprano, con el calor del sol de Río inundando cada fibra de la tela y los colores celeste y blanco irrumpiendo entre tanta verdeamarela. El metro fue el primer testigo de aquella mixtura de colores que la estación Maracaná potenció minutos más tarde.
La primera sensación de entrar al Maracanazinho fue tan imponente como el momento en que nuestra bandera se desplegó en el estadio. No tardaron en aparecer las primeras voces de reconocimiento y con ellas, el orgullo de un emblema que entendía que representaba mucho más que una idea loca. El debut en aquel maravilloso estadio fue nada menos que con la primera victoria olímpica de Las Panteras, en aquel infartante partido frente a Camerún. Su primer grito de guerra fue junto a aquellas chicas que habían peleado mucho por llegar hasta ahí y ese día cumplieron su sueño.
No sería fácil superar la emoción de acompañar la euforia de los hinchas, las lágrimas de familia y amigos de aquellas Panteras que brillaban más que nunca luego de haber dejado otra huella en el voleibol argentino. Sin embargo, todavía faltaba más… El camino de la Selección Masculina resonó por sí mismo, generó preocupación entre rivales desconcertados y orgullo propio para los que dejaban crecer los sueños a la par de las actuaciones del equipo. La bandera, que vivió cada punto bailando en manos propias y ajenas, también acompañó esa emoción y disfrutó con los protagonistas del momento que les tocaba vivir.
Nuestro emblema fue también turista y recorrió con asombro el Pan de Azúcar y el Cristo Redentor, pero innegablemente su mayor enriquecimiento fue cada vez que posó junto a personas que disfrutan del vóley tanto como nosotros, aunque en algunos casos alentando por otros colores. Quedó inmortalizada en imágenes de polacos, finlandeses, brasileros, rusos, iraníes y un sinfín de naciones. Sin embargo, el disfrute más grande fue haber abrazado la emoción con que cada argentino vivió los triunfos y las derrotas de su hijo, su hermana, sus amigos y amigas, sus ídolos, los representantes de su sueño…
Este diario de viaje también tiene una parte difícil, una parte que implica que en el deporte no todos pueden ganar y que, lamentablemente, en un momento tuvo a nuestros equipos como protagonistas. Pero de eso se trata también, de ser capaces de atravesar esos momentos, de acompañar las lágrimas que en pocos minutos se transformaron en voces de aliento y agradecimiento a nuestros protagonistas. Nuestra bandera felizmente sintió la brisa que le imprimió el brazo de algún hincha que, de pie sobre su butaca, le rindió homenaje a sus equipos y ésa también es una victoria en terrenos donde a veces sólo importa el resultado.
Con el final de la historia de nuestros protagonistas también llegó el final para el viaje de esta bandera que caminó las calles de Río, dibujó sonrisas cómplices cuando se encontraba con alguno de los muchos argentinos que anduvieron en la ciudad y llevó sorpresa a muchas casas que vieron un símbolo conocido en las pantallas de sus televisores. Nuevamente por casualidad (o no), el arribo a Buenos Aires fue compartido con las Guerreras de la arena, con Ana Gallay y Georgina Klug, que desembarcaban luego de sus primeros Juegos como dupla y también habían forjado una historia que nuestra bandera vivió con intensidad.
Allí estuvimos, cumpliendo con una locura que no imaginamos tan real; estuvimos para que si estuviste ahí, encontraras un cómplice; estuvimos porque como hace 15 años decidimos estar presentes y llevarte lo mejor que podemos dar; estuvimos porque creemos que no hay mejor manera de transmitir que viviendo en carne propia la pasión, la emoción y el amor que se siente por este deporte.
Solange Didiego