En una temporada 20/21 marcada por el éxodo de argentinos hacia ligas del exterior, uno de los pases más recientes se lleva el premio al destino más impensado. El ganador es… Cristian Imhoff, que arregló su arribo al vóley de las Islas Feroe y, desde su nuevo destino, le cuenta a Somos Vóley los detalles de su (hasta ahora) mayor aventura en este deporte.
Todo en esta historia es digno de ser contado. Pero primero, un resumen periodístico y geopolítico: Imhoff ya forma parte de las filas de Mjølnir, actual bicampeón de la liga feroesa. Su nuevo equipo está en Klaksvík, la segunda ciudad más poblada (detrás de la capital, Tórshavn) de este territorio localizado al norte de Escocia y al oeste de Noruega. Las Islas Feroe son un país autónomo dentro del Reino de Dinamarca, es decir: tienen primer ministro y parlamento propios desde 1948, lengua nacional desde antes y se las considera nación a partir de 2005, pero en algunos puntos, como su política cambiaria, todavía dependen de la corona danesa.
Si bien su hoja de ruta en el extranjero ya era variada, estaba compuesta por países que están dentro del radar habitual, como España, Bélgica, Israel, Turquía y Rumania. Islas Feroe, en cambio, puso a prueba su costado temerario al momento de elegir. “Uno no sabía de qué se trataba. Era un lugar totalmente desconocido y por lo tanto un poco arriesgado, aunque en eso estaba el disfrute también”, cuenta desde la isla de Borðoy, la sexta más grande de las 18 que componen el archipiélago.
¿Cómo surgió entonces la posibilidad de encarar para ese lado del mapa? Gracias a las nuevas tecnologías. A pesar de que Imhoff trabaja con Bogdan Olteanu, el rumano multicampeón con UPCN que ahora hace de mánager, el contacto con Mjølnir se concretó a través de un portal web que vincula equipos con jugadores, entrenadores y otros profesionales del vóley internacional. Una especie de bolsa de trabajo: “El club había publicado por junio que buscaba un jugador y ahí empezamos a hablar. El tema quedó parado por un tiempo, porque estaba viendo otras ofertas, pero finalmente retomamos. Ellos estaban entusiasmados, así que lo hablamos con mi esposa y una vez que nos decidimos firmamos contrato virtualmente.”
Ahí empezó la verdadera aventura, porque la complejidad de llegar a un lugar tan inusual se sumó con la que representa un viaje entre continentes en medio de una pandemia mundial. Aquellos versados en mitología, o incluso los fans de las películas de superhéroes, ya habrán notado en las líneas anteriores lo que Cristian no dimensionó antes de arrancar el viaje. Es que Mjölnir es el nombre del martillo que empuña Thor, el dios nórdico del trueno en el que se basa el personaje de la saga Avengers, y en las películas sobran las referencias a cómo hay que “ser digno” para poder portar tal arma. Fácil imaginar entonces (aun cuando la leyenda real no dice nada de eso) que para sumarse al club había que superar primero alguna prueba, como una odisea digna de otra mitología, la griega.
“Embajadas cerradas, papelerío virtual para acceder a un trámite de visa online, todo raro”, recuerda Imhoff. “Una vez que me dieron el número de trámite, recién ahí le dieron el permiso al club para cerrar todo. Desde la firma hasta el día que volamos pasaron cinco semanas.”
El viaje, que suponía la friolera suma de 26 horas, quedó programado para fines de septiembre. Ya en Buenos Aires apareció el primer obstáculo: una revisión exhaustiva de papeles que dejó al opuesto y su esposa al borde de perder el embarque. “Después de 4 horas en las que rebotaron a varios, pudimos pasar y llegamos justo al avión. Subimos, nos miramos con Mai y dijimos ‘ya está’. Error, no estaba”, admite. Tras un par de escalas, cuando debían partir a Copenhague, fueron informados de que los países escandinavos, en esta era de COVID-19, no reciben a nadie ajeno a la región. Nuevo chequeo y finalmente luz verde, pero 10 minutos después de que partiera la conexión señalada. Tal demora generó no sólo la necesidad de sacar otros pasajes, sino que perdieran el único vuelo diario que llega a las islas desde la capital danesa, así que a pasar la noche. Terminaron siendo 50 horas de periplo repartidas en cinco escalas y, por supuesto, con pérdida de equipaje para coronar. “Lo importante es que llegamos”, sonríe ahora.
Luego de la travesía, y de casi una semana de aislamiento hasta recibir el último de los resultados negativos de múltiples hisopados de control, Cristian ya está en marcha con su nuevo club, en un oasis de la pandemia: “Acá está todo controlado. No hay barbijo, se puede salir. Por ahora, la adaptación es bárbara y las comodidades que tenemos son de primera”. Tal escenario tiene su doble filo, porque Mjølnir tiene invitación para jugar la Challenge Cup europea, pero la misma está en duda desde el propio club ante el panorama de salir a otros países de Europa que por ahora no mantienen el virus a raya.
Si finalmente el club decide no salir, el tricampeonato local será el objetivo. El grupal, porque en lo personal Imhoff ya está embarcado en sumar a sus memorias todo el encanto de un lugar que, por ejemplo, no tiene semáforos: no hay ni uno en la isla de Borðoy; sólo tres en la capital nacional. “No hay taxis; todas las conexiones son en bus”, ratifica y completa: “Hay mucho viento, mucha agua y todo ordenado, limpio. Todo es bien nórdico. Es un lugar muy, muy lindo y por ahora estamos contentos”.
Sergio López
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