El ascenso de Banfield: Cinco jugadoras y un legado para la camiseta de sus amores

by Sergio Lopez
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Semanas atrás, Banfield concretó su regreso a la División de Honor Femenina, luego de casi un lustro de ausencia. Dentro de esa campaña existe una historia que atrajo la atención de Somos Vóley, la de cinco jugadoras que se pusieron un último objetivo en su vida deportiva: devolver al Taladro a la elite para luego despedirse de la actividad.

El olfato periodístico reaccionó ante una publicación en redes sociales de Verónica Montepeluso, una de las de más recorrido con Banfield en el plantel del ascenso, en la que se preguntaba sobre un 2018 libre de vóley en la agenda. Ante la consulta, ella develó que no era la única con el retiro en mente: también Melody Rost, Sofía Iacuzzio, Yesica Vargas y Antonella Coassini, todas claramente identificadas con la institución del sur.

Sus inicios con la camiseta blanca y verde se remontan a más de una década atrás. Recuerda Montepeluso, que si bien tuvo experiencias de Liga en Chile y Uruguay, a nivel Federación no jugó en ningún otro club: “Arranqué a jugar al vóley en 2003, en la escuela, y en 2004 llegué a Banfield, a través de Adrián Di Leo y con Mauricio Gómez como mi primer entrenador”. Fue Gómez el que captó también a Vargas en 2003 y a Iacuzzio el año siguiente, arribadas desde Lanús e Independiente de Burzaco respectivamente, mientras que Coassini, también desde el Granate, se sumaría en 2005.

En los tiempos en que ellas llegaban al club, Banfield era de Nivel A en inferiores y arriba alternaba en División de Honor, pero ya para 2004 estaba en Primera en cuanto a Mayores y buscaba volver. Existió un primer ascenso para cuatro de estas jugadoras en 2007 (sólo Vargas no fue parte, aunque sí había peleado ascensos en intentos previos), exactamente diez años antes del reciente logro. Lo rememora Coassini: “Era Sub 16 y jugaba con ‘las grandes’, las mismas con las que hoy compartimos esta locura. Entraba poco a la cancha, casi nada, y era la chiquita que llevaba las pelotas y llenaba las botellas de agua. Me hacían bullying… Pero qué lindo era ser parte. Es muy loco volver a vivir un ascenso hoy en día, con muchas de ellas.”

Tiempo después, se dio un momento de sabor amargo, pero que fue el embrión de la historia que motiva la nota: una nueva caída de Banfield a Primera División, en 2013. De este quinteto, en aquel entonces sólo estuvieron Rost y Montepeluso, quien recapitula que “se había empezado a disolver un poco el grupo”. Quizás ahora, a la distancia, aquel descenso aparece como el cimbronazo necesario para empezar a encender las ganas de volver. Algunas al club, todas a la División de Honor.

Es que, en los años en que se iba gestando el equipo, también crecía el grupo de amigas que, según destacan ellas con frecuencia durante la producción de la nota, permanece firme hasta hoy. Grupo que surgió a raíz del club, pero que se desarrolló más allá de él. “Armamos una amistad divina estando en Banfield desde primera instancia”, dice Vargas y agrega: “Durante todos estos años nos distanciamos voleibolísticamente hablando, pero en cuanto a la amistad nunca fue así. Tenemos el mismo nivel de locura y el mismo nivel de exigencia en cuanto a entrenamientos y actitud deportiva. Eso siempre nos unió fuera de todo lo demás.”

La primera en retornar fue Iacuzzio, que en 2013 había comenzado el año, pero tuvo que dejar a mitad del torneo “y llorar desde afuera por el descenso”. Sigue la líbero: “Al otro año, quise volver inmediatamente. Banfield es mi club y se merecía, nos merecíamos nosotras, volver a la División de Honor. Todos los veranos, desde que descendimos, nos juntábamos en una pileta a ver el equipo que teníamos y ponernos el objetivo. Era imaginar ascender de nuevo y morirnos por lograrlo”. De hecho, por ella se reincorporó Vargas en 2015 (“Me comió la cabeza en muy poco tiempo”) y para el 2016, llegó Gustavo Castillo como entrenador y también volvió Coassini, que “no quería saber nada” pero se dejó convencer por el grupo de amigas.

Sin embargo, pasaban los años y el combo de ascenso-retiro seguía siendo una quimera. Tras el primer intento en 2014, en las dos ediciones siguientes el camino fue el mismo: Banfield a Ronda Descenso, acceso desde ahí al Play Off y eliminación ante Castelar en cuartos de final. El último golpe fue particularmente duro, como narra Montepeluso: “En 2016 estuvimos tan cerca, y nos dolió tanto a todas, que nos sentamos en una pizzería con el entrenador y todas dijimos que el año siguiente no iba a continuar ninguna. La cara de Gustavo fue terrible. Se paró indignado, pidió la cuenta, pagó y se fue”. Confirma Vargas: “Se fue enojadísimo”.

Sólo el DT sabe si la salida teatral fue para generar un impacto o fue natural, pero le resultó. El ‘ascendemos y nos retiramos’ volvió a sonar en las juntadas de amigas. “Entre nosotras nos pusimos de acuerdo para convencernos en cadena”, devela Vargas, mientras que Coassini agrega: “Era el objetivo en común para dejar de jugar. Llevar a Banfield a lo más alto, pero hacerlo entre amigas”. “Llegó febrero y le caímos todas a Gustavo”, remata Montepeluso.

Lógicamente, la ruta no fue fácil y requirió un nuevo paso por el Play Off, que incluyó a su vez llaves muy duras ante Urquiza y Morón. Confiesa Iacuzzio: “En un momento la vimos fea. Era muy triste pensar en no volver a vivir ese ascenso, en no haber logrado el objetivo. Era una presión mezclada con frustración. Teníamos que lograrlo”. Y lo lograron.

Dicen las protagonistas que el equipo (entero, no sólo el grupo de amigas que fue la base) fue fundamental en la gesta. “Pudimos fusionarnos bien y contagiarles a las otras chicas las ganas de lograr esto que teníamos. Lloraron como si fuera su categoría, nos aguantaron cuando no podíamos más. Se formó un grupo genial”, destaca Vargas. Montepeluso desarrolla: “Muchas formaron parte de esto. Empezamos el año siendo 17 chicas que apostaron todas a Banfield y a entrenar, y que aportaron su granito de arena. Roxi Monzón, Flor Amén, Marina Chiotakis, Melisa Tettoni, Jennifer Gómez, Bianca Arnedo, no me quiero olvidar de nadie… las nenas de inferiores que dieron una mano enorme, las que juegan en Cuarta también.”

De la forma en que pensaron esto, el ascenso es una suerte de legado para un lugar que les dio mucho. “Banfield es mi casa, es donde crecí, donde pasé los mejores años, donde viví los momentos más felices y donde conocí a mis amigas”, enumera Iacuzzio. “No dejé nunca, desde 2004 a 2017”, refuerza Montepeluso y añade un deseo: “Esperamos que los dirigentes brinden el apoyo necesario para traer refuerzos y que se pueda mantener esto el año que viene. Porque van a quedar chicas que se mataron igual que nosotras y porque Banfield es un club al que le estaré eternamente agradecida y creo que se lo merece”. En esa línea, completa Vargas: “Hubiera preferido que el club pudiera ayudarnos de manera más completa, pero me siento muy contenta de haber logrado lo propuesto con esta camiseta.”

Queda claro que para ellas, entonces, esto es misión cumplida. O media misión, porque ahora falta la otra cuestión, la del retiro. “Las del grupo base, es un 99% seguro que no sigamos, ya sea por proyectos personales, mudanzas, temas laborales, de facultad y demás”, explica Montepeluso, mientras que sus amigas apuntan más a lo visceral de esta despedida. “Sé que no voy a poder vivir sin vóley, pero no me imagino el vóley sin amigas. Y ya tengo el pecho inflado de haber logrado esto nuevamente, diez años después con las mismas personas y en mi club”, sonríe Iacuzzio y concluye Vargas: “No tengo idea de cómo será el año que viene, pero el logro está completo. No tengo dudas de irme con esta meta cumplida”.

Sergio López
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