Sabemos que corremos el riesgo de ser repetitivos. Pero no es la intención. Ocurre que, luego de que el gran objetivo del año para la Selección Argentina se hiciera realidad, la impresión que existía se hizo aún más fuerte. La clasificación consumada a los Juegos Olímpicos de Río 2016, que le puso final a un 2015 de grandes momentos, reafirmó esta realidad en el equipo argentino que, precisamente, es cada vez más un equipo, potenciado por completo en lo colectivo.
Ya había surgido esta sensación unas horas después de la medalla en los Juegos Panamericanos de Toronto, la cual, si bien obviamente es importante, terminó siendo un hito más en un 2015 notable para las Selecciones Argentinas, en todas sus formas. Más allá de eso último, en este análisis, la cosa se restringe a la evolución de la Selección Mayor.
En aquella ocasión, en Canadá, Argentina hizo uso de todos sus jugadores para llegar al oro. Esa virtud se repitió en dos de las competencias posteriores: la Copa del Mundo en Japón y el Preolímpico en Venezuela. Incluso, con algún condimento extra. Pero vamos por partes.
El viaje a Japón trajo un inconveniente de último momento: la lesión de José Luis González, actualmente la primera opción en el rol de opuesto, una posición por demás delicada en la Selección. Eso ya puso a prueba al equipo, que se puso a total disposición para suplir esa falencia. Porque viajó Federico Martina para cubrir ese lugar, pero la función la cumplieron Cristian Poglajen, Martín Ramos y Facundo Conte, ninguno de ellos opuesto natural (tampoco Martina, pero con más rodaje que los anteriores). Y Argentina, con esa configuración, logró su mejor campaña histórica en la Copa del Mundo.
Cronológicamente, luego vino el Sudamericano, con un equipo alternativo que también cumplió su función. Por función no nos referimos al resultado, el cual fue lógico (subcampeonato detrás de Brasil, el más ganador de la competencia), sino a la posibilidad de darle rodaje y chances a la amplia base de jugadores nacional. Eso había pasado en las puertas de los Panamericanos, cuando Ezequiel Palacios entró por la ventana al torneo, y volvió a pasar después de Maceió: fueron Rodrigo Quiroga, Facundo Santucci, Lisandro Zanotti y Facundo Imhoff los que luego jugaron el Preolímpico. Queda por demás claro, entonces, que para Julio Velasco todos los jugadores están en el mapa. Otra cualidad de un equipo con todas las letras.
Ya en el Preolímpico, llegó la prueba definitiva de esta nueva virtud, con dos casos particulares. El primero, el de Santucci, que luego de quedar atrás de Sebastián Closter y Sebastián Garrocq casi todo el año, jugó el partido más importante, el mano a mano con Venezuela. El otro, el de Poglajen, que ocupando el rol de opuesto fue determinante para la clasificación olímpica, logrando el quiebre en un tie-break infartante de un partido que exigió al máximo al equipo. Dos jugadores «suplentes» (las comillas están porque es evidente que ese lugar es sólo una circunstancia) que ocuparon roles protagónicos.
Hay un detalle más que dejaron estas últimas competencias del año para solidificar aún más el concepto. Se trata de una nueva cualidad del equipo en la era de Velasco, una que se mencionó recién sin profundidad: la versatilidad al máximo de cada uno de los chicos. En épocas en las que se ocupan renglones y segundos de aire sobre novelas futbolísticas de cambios de posición en la Selección, el vóley aparece como una contracara, representada en Martín Ramos, que pasó de opuesto a central en este último tramo, o en los mencionados Poglajen, Conte y también Zanotti, quienes se turnaron como opuesto en el Preolímpico.
Todo esto, entonces, dispara una felicidad y una sonrisa que va más allá de la presencia olímpica confirmada. Porque Argentina, hoy, es un verdadero equipo, integrado no sólo por los 14 que van a un determinado torneo. Es un grupo mucho más amplio de gente empujando para el mismo lado, en pos de un objetivo común. Y pocas cosas son mejores que ser representados por algo así. Vale la pena celebrarlo.
Sergio López
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