Juegos Olímpicos. Olimpíadas. Palabras que pueden ser insignificantes para algunos y todo para otros. Sin dudas, en la vida de ellos son una huella. Con alegrías y tristezas, con revanchas y heridas abiertas. Con sueños por delante.
Ellos son Ana María Comaschi y Mauro Zelayeta, madre e hijo. Ella, atleta destacadísima en los ’80 y comienzos de los ’90. Después de marcar diferentes récords argentinos y buenas actuaciones a nivel sudamericano e iberoamericano en pentatlón y heptatlón, clasificó a los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92. Viajó, se instaló y cuando iba a competir, lo inesperado. Un error administrativo del COA (se olvidaron de anotarla) la dejó afuera.
Él, deportista desde la cuna, empezó a jugar al fútbol con buenas proyecciones hasta que poco después de cumplidos los 15 años se decidió por el vóley. Tan sólo dos años más tarde representó a la Argentina en los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018, en Beach Volley, y se colgó la medalla de bronce junto a Bautista Amieva. Justamente, en otro año olímpico como lo es el 2021 con los Juegos de Tokio que se vienen, él fue convocado por primera vez a una Selección Mayor.
ANA MARÍA COMASCHI, DE ENTRENAR EN LA ARENA DE NECOCHEA HASTA BARCELONA ‘92
“A los 8 años empecé a hacer deporte y en el colegio danés de Necochea al que asistía elegí atletismo. Tenía un profe, Alberto Peña, que vio que tenía condiciones e íbamos a entrenar fuera de turno a su balneario”, relata Ana María.
Y continúa: “’Yo quiero ser olímpica’ le dije un día y él me miró como diciendo ‘Si, bueno’, y se rió. Aprendí a correr en la arena y como no teníamos colchonetas también saltaba ahí y hasta usábamos gomas de auto como vallas en los entrenamientos”. Luego empezó a competir en Mar del Plata con grandes resultados y más tarde en Buenos Aires y a nivel nacional. “Fueron muy lindas épocas a pesar del esfuerzo, tenía mucho apoyo del profesor y de mi familia, sobre todo de mi tía, que es la que me crió”.
Entre sus mayores logros se encuentran los Campeonatos Argentinos de juveniles entre 1980 y 1982, el Campeonato Sudamericano en Colombia en 1983, título que luego repitió, como así también sus marcas destacadas con récords argentinos incluidos en Torneos Europeos que la llevaron a clasificar a los Juegos Olímpicos de 1992.
A la hora de elegir tres momentos, Ana destaca: “Mi primera carrera en el Colegio Alta Mira de Necochea. Yo era muy rápida y hasta les ganaba a los varones y hubo un torneo en el que le pedí a mi abuelo que me vaya a ver. Estaba tan nerviosa por su presencia que salí segunda, pero para mí fue muy lindo que él estuviera”.
“Otro momento importante fue cuando salí campeona sudamericana y también el Iberoamericano que se hizo en España y me clasificó a los Juegos de Barcelona 92. Fui subcampeona a solo 7 puntos de la campeona con record argentino y me sentía muy bien”, relata.
Y el tercero que ella enumera, el sabor más amargo de su carrera: “La ilusión de haber ido a los Juegos a los que clasifiqué, pero que no pude competir”.
BARCELONA ’92: “IBA A SER OLÍMPICA. FUI OLÍMPICA”
En la previa de los Juegos Olímpicos de Barcelona ’92, Ana María viajó a España en búsqueda de la clasificación al Iberoamericano y lo logró, pero se olvidaron de anotarla y ese error la dejó fuera de la competición.
“Fue una bisagra en mi vida, un dolor muy grande. Como se dijo en el juicio al COA no fue la muerte de nadie, pero para mí se terminó todo ese día porque no tenía otra posibilidad de ir a otro Juego, esa era mí posibilidad”, confiesa con la herida a flor de piel y continúa: “Iba a ser olímpica. Fui olímpica porque clasifiqué, me convocaron y no pude competir así que es como si lo hubiera sido. Es muy difícil digerirlo y sigue doliendo todavía. Lo único bueno es que gracias a lo que me pasó se le ganó un juicio al COA, se sentó jurisprudencia y hay una ley hoy en día para que a ningún atleta le pase lo mismo”.
“Me tuve que volver y ni siquiera pude estar en la ceremonia inaugural. Había sido un esfuerzo estar ahí: entrenaba en la arena de forma muy precaria, estudiaba y trabajaba. Era otra realidad diferente a la de los deportistas de hoy. Lo vivo todavía como una gran herida, pero trato de sobrellevarlo y también de no influirlo a Mauro con todo este tema“.
LAS VUELTAS DE LA VIDA: 26 AÑOS DESPUÉS SU HIJO, EN UN JJ.OO.
Mauro Zelayeta nació con una pelota bajo el brazo y sus inicios fueron en el fútbol. Fue campeón de la Liga Marplatense, jugó en Aldosivi, lo llamaron de AFA y hasta lo vieron de Boca y Racing, pero en ese momento optó por quedarse en sus pagos. “Entrenaba de martes a sábado fútbol, los domingos jugaba y el lunes, día libre, hacía vóley con mis amigos”, cuenta el punta-receptor. “A los 4 ó 5 años ya miraba a su abuelo jugar al Beach Volley en San Sebastián y de a poco se fue metiendo”, agrega su mamá. Y le agarró el gustito nomás.
Ya con la decisión tomada de volcarse por el vóley, vio la convocatoria para las observaciones de los Juegos Olímpicos de Buenos Aires 2018 y se probó. Después de ir pasando diferentes etapas y filtros durante casi dos años, finalmente lo seleccionaron junto a Bautista Amieva.
Sin dudas, casi tanto como para él, ese hecho marcó también a su madre. “Fueron muy especiales los Juegos. Él me decía: ‘Mamá, ¿con esto saldé tu cuenta de ser olímpico?’. Para mí fue muy importante porque dio todo para llegar y ganó la medalla de bronce. Estoy muy orgullosa de él y su compañero por la disciplina y todo lo que lograron en tan poco tiempo”.
“Lo sentí así, de alguna forma era una revancha para ella también. Sé que fue y es una tristeza muy grande lo que le pasó: saber lo que un deportista tiene que sacrificar día a día para llegar a un Juego como lo hizo ella y no poder competir por un error administrativo es terrible. Por eso fue una emoción muy grande para los dos cuando quedé para Buenos Aires 2018”, confiesa Mauro.
Aunque él también recuerda una anécdota en medio del momento sensible: “Me dijo ‘Mauro: yo quiero el Pandi’, la mascota de los Juegos que te dan cuando ganas alguna medalla solamente, así que tenía una presión extra y por suerte se lo pude cumplir. Fue una experiencia muy hermosa y emocionante”.
Y EN UN AÑO OLÍMPICO, OTRO PASO EN SU CARRERA: LA CONVOCATORIA A LA SELECCIÓN MAYOR
Después de ganar la medalla olímpica, su carrera cambió de rumbo. Tomó la decisión de dejar el Beach Volley para dedicarse al indoor en su club: Once Unidos. Así participó de torneos de inferiores y fue parte de las Ligas A2 y la reciente A1 que jugó el equipo marplatense.
Esos desempeños hicieron que Marcelo Méndez, técnico de la Selección Argentina, pusiera un ojo en él y hace pocos días atrás fue convocado para ser parte del plantel que comenzó a entrenar en el CeNARD.
“La convocatoria fue una alegría inmensa. Para cualquier deportista el sueño es llegar a la Selección en su deporte, poder conseguirlo es una locura y lo estoy aprovechando al máximo”, cuenta Zelayeta y completa: “Me sentí bien, fui con intriga de cómo iban a ser los entrenamientos, las formas de Méndez y cómo lo hacían mis compañeros, pero logré adaptarme bien a eso y lo estoy disfrutando cada segundo”.
“Me puso muy contenta. Está dando lo mejor de él, se está adaptando a Buenos Aires y por supuesto a la Selección, que lo tratan muy bien. Ojalá lo puedan seguir teniendo en cuenta porque tiene mucho para dar”, agrega Ana María y completa: “Está feliz de estar entrenando con chicos como Conte, Poglajen o Lima que él los seguía por las redes sociales y ahora los tiene al lado”.
Por su parte, Mauro destaca el papel que tuvo Once Unidos en todo esto: “Estoy muy agradecido a los directivos, compañeros y entrenadores que día a día me incitaban a darlo todo para mejorar. La Liga con el club tuvo mucho que ver con esto”.
LA RELACIÓN MADRE-HIJO Y EL DEPORTE DE POR MEDIO
“Somos muy compañeros: desayunamos juntos, salimos a correr… él es un compañero de la vida”, se emociona Ana María y completa: “Siempre está muy pendiente de nosotros y tenemos una afinidad muy especial, tal vez por el deporte. Estamos muy contentos y orgullosos por lo que está viviendo”.
Mauro, por su parte, destaca: “Mi vieja, al igual que mi viejo, siempre fue un gran pilar en todo esto. Ella me acompañó en todo momento, tanto cuando jugué al fútbol como cuando decidí dejarlo y volcarme al vóley y también en todo el proceso olímpico”.
“Traté de inculcarle lo mejor: la amistad, el compañerismo, la rutina y el llevar una vida sana. Y él lo hace muy bien, es muy responsable y humilde”, reafirma Ella. Y él finaliza: “Siempre me estuvo encima y me aconsejó con respecto a todas las cosas importantes para un deportista de elite. Trato de imitarla en algunos aspectos porque para mí es un ejemplo a seguir”.
María Eugenia Candal
@euge_candal