Lo que sigue, quedará claro, es la historia de una pérdida que incluyó injusticias, silencios y dolores. Una historia de denuncias que pueden encontrarse en varios medios de comunicación. De sistemas que fallan, de números, de carencias estructurales, de silencios. Días atrás, en Buenos Aires, una ex jugadora de la Selección Argentina Femenina de Vóley, de aquellas fundadoras cuando Las Panteras no llevaban ese nombre pero comenzaban a construir una historia, falleció por Coronavirus en un hospital de Capital Federal, luego de mucho sufrimiento.
Sin embargo no es este el lugar de esa denuncia de una historia que parece multiplicarse dolorosamente en contexto completamente absurdo del mundo de estos meses.
Acá la idea es un homenaje para Rosario Nélida Siffredi. Pero uno muy especial, como podría ser el de tantos y tantas ex del vóley argentino que forjaron este presente de dos clasificaciones olímpicas consecutivas. La idea fue reciclar la angustia y la sensación de injusticia familiar y transformarla en reconocimiento y homenaje a un legado que lleva tres generaciones de vóley, una especie de linaje que incluyó etapas con la celeste y blanca en las dos ramas y que se consumó increíblemente el año pasado con una medalla de bronce en el Campeonato Mundial Sub 19 con “Manu” Armoa Morel en cancha y Carla Morel en la tribuna, nieto e hija de Rosario Nélida Siffredi. .
Sigue un relato con marcas de época, con prejuicios machistas, con enseñanzas, con carencias, con ejemplos. Quizás no muy diferente al de muchas familias, pero en este caso con una continuidad en el ADN que al menos, impacta.
Invitamos a Carla Morel a escribir sobre ella, sobre ella y su mamá, sobre ella y la familia. Y aquí dejamos sus apuntes sin edición.
Martín De Rose
#Amamoselvoley
Carla Morel
Rosario Nélida Siffredi, luchadora por la vida, y muerta en Pandemia por Covid y negligencia médica.
“TE ENFERMÁS TE JODÉS”
Con ese tipo de frases mi vieja nos hacía razonar, entonces yo , jugadora de vóey, pensaba que el fin de semana tenía las finales de la Copa Morgan y era mejor no salir transpirada y siempre llevar una camiseta de repuesto para cambiarme.
“NO DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS HACER HOY”
Eso significaba adelantá tarea porque te llamaron de la Selección metropolitana y no vas a tener tiempo de estudiar.
“ESCUCHÁ A LA PROFESORA EN CLASE”
Otro consejo que prácticamente hizo que pueda aprobar la secundaria, porque realmente mi vida a los 16 años era un caos. Cumplir con la escuela, Ferro en inferiores, en Primera, con la selección, amigxs y algún novio era agotador. Ella me ayudaba a organizar mi vida para que mis sueños se realicen. Con su Ami 8 amarillo me llevaba bien temprano cuando aún era de noche y con tres amigas más, hasta la puerta del cole. Yo iba con tres mochilas enormes, llenas de libros, rodilleras, gorros y bufandas.
Eran otras épocas. Arrancaba 6.15 de la mañana al cole de Caballito y de ahí tomaba el 15 eterno al Ce.De.Na., el actual CeNARD, y de ahí a Ferro y luego a casa en el 92 para caminar 6 cuadras largas y que daban miedo de noche tarde y con frío. Llevaba las camisetas transpiradas en una bolsa, me metía la bufanda, siempre con los mochilones, y no hacía caso al consejo maternal de bañarme antes de comer porque realmente estaba hambrienta y ahí me dejaba preparada alguna “mila” napolitana y un culito de coca cola que era motivo de discusión con mis hermanos mayores que se la tomaban toda.
Eran días largos y extenuantes en medio de la difícil adolescencia y ni hablar si encima quería tener noviecito, los tiempos no daban. Hubiese sido imposible haber logrado cumplir mis sueños sin un soporte tan grande como el de mi mamá.
Fue una gran maestra durante 30 años, esas docentes de alma. Luego ya jubilada dio clases de vóley en Parque Avellaneda, mis amigas tomaban sus clases y la adoraban. Una grosa mi mamá.
Yo protestaba sobre el colegio y ella me hacía ver que cuando pasaran los años me daría cuenta de que ese período de mi vida del que tanto me quejaba sería uno de los mejores de la vida. Y encontraba el modo con simples relatos. Me hacía valorar lo que tenía, con cuentos sobre su vida deportiva a mi edad, que yo escuchaba como si contara algo prehistórico y ella los repetía. Eran relatos que tengo grabados a fuego y que hoy son lo mejor de la vida.
Son valores que dejan los padres, más aún quienes fueron deportistas. Ella había sido jugadora de vóley. Me contaba de sus inicios en el club «Plus Ultra «, qué nombre. ¿Qué querrá decir”, me preguntaba. «Lo más de lo más», «súper recontra», quizás.
Me contaba de su entrenador Botta, de los entrenamientos con mañanas de escarcha y sus sabañones. Antes evidentemente el clima era aún más frío. De sus Pampero agujereadas y chatas. De la pobreza, que hacía que tuviera que optar entre el pasaje de tren desde el Normal 4 de Caballito hasta su casa para el lado oeste, creo que era Haedo, Castelar. Quizás se daba el gusto de comprarse un Bocadito Cabsha y entonces hacía esa enorme cantidad de cuadras caminando.
Era tan bella, un rostro fino, pómulos salientes de esos que cualquier cirujano plástico intentaría reproducir. Le decían “La Muñeca Marilú”, aunque hace poco la he “googleado” y no la encontré tan linda, jajja, se ve que para la época era algo preciado. Recuerdo que los piropos que recibía eran más inocentes que en la actualidad… «Qué patas para una mesa”, historias esas que las repetía y entonces nosotros en voz alta y al unísono replicábamos.
“Ya lo contaste ma”. Así estas mujeres como mi madre te iban marcando. Tuve la suerte de tener a Alicia Casamiquela de entrenadora, y con ella me parecía escuchar a mi mamá. Evidentemente eran otras épocas. Existían otros Valores. No es que ahora no los haya, ahora abundan otras cosas que ensombrecen la esencia. Y mi madre era esencia pura.
Tengo un álbum de vóley que hizo mi papá, de los años 50/60, que realmente es una reliquia. Nos contaba historias súper interesantes a Manu, a “Fabi” y a mí, sobre las «alemanas» cuando llegaron al Mundial de Brasil 1960. Resulta ser que acá no se usaba aún el golpe de abajo y ellas sí, y encima estaban dotadas de un gran ataque las «picadoras». Eran altas y fuertes (ver foto) y mi madre y sus compañeras defendían de golpe de manos altas, agazapadas y cayendo hacia atrás como rolando sobre cola y luego la espalda y contaba que se le rompían los pulgares.
Me contaba de la “croquiñol” que se hacían, pero al rodar los partidos la transpiración iba deshaciendo esos peinados. Sus viajes a Sudamericanos, etc, etc, con trajecitos de época hermosos (foto).
Ese álbum que armó papá tiene también una (foto) en el «patio de atrás» de Ferro con un short corto, y ella siempre recordaba cómo la Comisión Directiva les llamó la atención por tal desparpajo.
Nos decía que a los sueños que uno perseguía había que meterles sacrificio, y ella colaboraba. Me decía que lo regalado no tenía tanto valor como lo conseguido. “Persevera y triunfarás” me repetía. Y así fui por la vida con sus frases repicando en mi cabeza.
Tuvimos una infancia tan feliz. Nuestros “findes” eran con mis padres jugando al vóley en Ferro, viendo partidos de mis hermanos, yendo a Pontevedra que es una quinta hermosa que tiene el club con carpas, asados, mates, pileta. Todo después de dos eternas horas de digestión. Cada media hora preguntábamos “¿ya podemos?”.
Pero “la vida no es siempre rosa”, me decía. La separación de mi padre la entristeció, mi hermano se casó y mi hermana la acompañó muchos años, mientras yo fui a cumplir mi sueño italiano.
Recuerdo que a mis 17 lo único que quería era lograr el papeleo de mi ansiada ciudadanía y mis padres fueron iglesia x iglesia hasta encontrar el acta de defunción de su papá por San Telmo que decía… “Hijo de…, italiano”, y ese fue el puntapié inicial para mis largos años en Europa. Eran épocas sin celular ni internet. Sólo teléfono fijo.
Cuanto habrá sufrido, pobre mamá.
Recuerdo mi primer viaje a los 18 a Italia por 8 largos meses. En Ezeiza la escalerita mecánica subía hasta desaparecer su rostro con la sonrisa más amplia que pueda existir, aunque creo que una vez que ya no me veía más una gran tristeza tendría su corazón.
Hace poquito le pregunté, “mamá ¿Como hiciste?, ¿Cómo hago con Manu?”. Muy segura de lo que decía me explicó que no hay manera de que su nieto no persiguiera sus sueños, que lo acompañe y que lo apoye. Creo que se equivocaba al no dejarnos que la mimemos más. Todo era No. Viajar, algún lujo, todo no. A ella le llevabas un helado de dulce de leche y era feliz como una perdiz.
Era pura esencia.
Hay veces que las cosas no salían y mi alarma de las 16:30 me anunciaba “dejá todo y llamá a mamá”. Ahí todo se calmaba. Llevo su foto a los partidos de mis chicos en mi pecho siempre, y ella está ahí doblando la pelota unos milímetros para que el saque de Manu roce la línea.
Me decía que el mejor maquillaje era “tener los pies cómodos”, porque si no se te deformaba la cara por más rímel que te metieras.
Decía “mejor dar que recibir”, y después en una especie de franchute la frase opuesta, “haz bien y te caga in man”, algo así como “hacés el bien y te cagan en la mano”.
Ya grandes ambas, ella en su geriátrico porteño y yo en mi vida sanjuanina, nuestras charlas telefónicas concluían con un “Acordate de los 3 No”. Ella fue muy importante cuando tuve a Manu, prácticamente fui madre soltera. Eran tiempos difíciles, al chiquillo lo gritaba y ella lo impedía, y me veía loquísma cuando fumaba y me tomaba una cerveza para calmar la locura. Y aparecían “los 3 No”:
1. NO FUMAR
2. NO TOMAR
3. NO RETAR A MANU
Era protectora, era chistosa, me decía que no hiciera con Manu lo mismo que con Karch. Karchito (Por Karch Kiraly) era un perro Shitzu que traje de Italia en uno de mis viajes y se enfermó de un ojo y se lo tuvieron que operar y ahí quedó el perrito con ella por 17 largos años.
Me decía “te cuido al nene pero luego te lo llevás”, jajaja. Cuidó a mis sobrinas, nos cuidó a todos. Ha hecho colas en hospitales de noche por mí y mis hermanos. Me llevaba a kinesiología muy lejos por mis rodillas. Fue una campeona esta mujer. Tal vez cada uno hable así de su madre, pero ella me enseñó entre frases y palabras dulces que vale todo menos faltarle a una madre.
“Toíto te lo consiento, menos faltarle a mi madre”
Siempre queda sabor a poco con lo que se hace como hijo. Creo que el legado es esa continuación. Tres generaciones de vóley antes con Pampero, luego con Rainha, ahora con Mizzuno. Con pelota blanca, luego a colores, sin lÍbero antes, ahora con líbero. Pero la esencia está ahí, los valores deportivos están ahí, la meta del cuerpo sano está ahí. Mi familia es vóley, respira vóley. Mamá, papá, hermanos, marido, hijos.
Hoy hago Mosaico como si jugara al vóley. Le meto esfuerzo y obtengo resultado. Quiero superarme y superar, y ahí está ella, aunque ya no esté físicamente.
A veces me tomo ese tren como corresponde y a veces hago la picardía de comerme el bocadito Cabsha y camino. Por el sendero que “Nafi”, mi gran mamá, me marcó para siempre.